POR ALLÍ (a los niños y niñas de la masacre de Hiroshima y Nagasaki)
¡Por allí jugó una niña!
¡Por allí cayó la bomba!
¿Por dónde los dioses néctar del Olimpo plácidamente bebían?
¿dónde estaba, yo sin nacer, ese del infierno día?...
¡Ay!, ¡ay!,
¿es necesario más decirme?
. . .
¡Por allí rió un niño!
¡Por allí cayó una bomba y dejó de reír el niño!
y hoy acá, en versos magros, rezumo
y hoy acá, ¡lágrimas incoloras, inodoras e insípidas! rezumando en silencio mil buenos dioses siguen...
¡Ay!, ¡ay!,
¿es necesario, yo que allí estaba y sin nacer, más decirme?
Y TANTAS VECES
¡Y tantas veces no le dije que le amaba!
mas tantas, fue mi cuerpo sobre el suyo ¡el poema XX!,
minucioso, silabeado, prolijo,
y aún así, en tan abierta y dada primavera,
yo, ¡en silencios de viejos acantilados!
…¡le amaba!
. . .
Y tantas, le beso sus labios, que hoy son rojos por pintados,
¡y tantas poco!
Y tantas, le esquivo, me esquiva, nos huimos...
y en rincones desafilados, donde nuestra primavera eterniza, nos volvemos.
. . .
Y así, ¡tantas veces sigo sin decirle que le amo!,
y sin decirle que le amo,
tantas, ¡en necios y acantilados silencios!,
...¡le amo!
COMPARTÍ (a Blanca Maimone)
Compartí con Blanca:
- el año del Libertador por preludio,
- el Secundario de Sáenz Peña y 25 de Mayo
de María Luisa y Jorge Manrique,
los poemas de su padre Vicente
y, a su derecha, la agrisada “panorámica” de Bariloche.
. . .
Compartí:
- el tiempo de las heladas duras y el Epecuén entero,
de las dictaduras sempiternas y las democracias chiquitas,
del ochenta y tres con 29.340.000 esperanzas.
- A Palacios y Moreau en su tórax y el mío ¡bullentes!
- y a Dupuytren en las jubiladas manos.
. . .
Por el patio, en secular misa y desbarbijado,
pienso tales convivencias,...
en los pequeños y buenos carhuenses partidos,
en los sencillos y nobles argumentos que fueron sus vidas,
¡en sus sencillos y nobles creos!,
en sus eternidades incuestionables, ¡tras impávido instante quebradas!
EL HALLEY (al señor Borges)
desdibujado.
Era el legendario y solitario Viajero, una mancha blanca, fusiforme,
que algún gigante nórdico había brutamente borroneado sobre la negra bóveda del Universo.
. . .
Borges, sobre la ventana del 28 de la Grand Rue de Ginebra, a sesenta y ocho días del 14 de junio,
con -posiblemente- la última curiosidad, "miraba" la altura de ese techo y esa época.
Desdibujado
por los años -indisputables-, la enfermedad, la ceguera, esa última -posiblemente- curiosidad, la nombradía y las sombras de la noche y de la muerte.)
. . .
Para un observador invisible dentro del postrero espacio
era nítido el legendario y colosal astro en la diminuta pupila izquierda de las once y diez de la noche del legendario y colosal escritor,)
no así
el hombre.
edificaba singularidades,
Isis
obraba las suyas:
- Una singularidad tuya, Osiris,
es que ames.
Otra,
que seas tuyo.
. . .
- De la Vida de Mujeres y Hombres,
ser Eternidad hasta el primer segundo de correspondientes nuevas centurias.
- De la Humanidad,
jardinera de rosas blancas.
. . .
- Una mía, Osiris,
es que ame y sea mía,
- De ambos,
ser racimos.
. . .
- De la Muerte,
que la Muerte, tras la Eternidad, obre.
DONDE HOY SE ALZA EL AROMO
Donde hoy se alza el aromo
tuve yo ayer tres higueras:
la mayor sobre blanca pared,
a buen ojo las otras dadas.
Plesiosaurios eran sus hojas,
sus brevas en el suelo ignoradas
y alfombra de Tangu al techo
¡forzudas y ásperas ramas!
Solían seguir mis juegos,
yo, ¡emperador de esas tierras!,
hablarme con el viento fuerte,
¡desde la cama escucharlas!
. . .
Donde hoy se alza el aromo
tuve yo ayer tres higueras...
¡mil imperios en sus sombras!
yo, ¡emperador de esas tierras!
ESTE 28 DE AGOSTO
Este 28 de agosto del año de la pandemia
me sorprende el aromo
-tras notable tiempo sin vernos-
con escasas flores y hojas.
Sus extensas y aparaguadas ramas
me son las patas de una bella araña que patrulla por el cielo,
custodiando de la peste, no sé cómo,
el ora desaliñado fondo.
Mientras abrazo agradecido al árbol
-mañana en su día-,
una o dos palomas, azaradas,
remontan cualquier vuelo.
Naranjo, a mis pies,
lame lejos su capote hibernal de oro y nieve.
Le-
jos...
ESCALANDO
Escalando con la boca
sus pechos,
descubría,
una y otra vez,
mi lengua calada
y el jazmín del patio,
flore-
ciendo.
SOLÍAMOS (a Elena Benavídez)
de dónde vienen las bellas palabras
-bellas en el bello sentido-
peregrinaría “masallé” del Lago
con Naranjo y alforja a cuestas,
austero, recapitulado.
Porque sé que es “masallé” del lago,
sé que es ese lugar...
donde baja el sol
y suben las tormentas
y en sus cebadales brotan las semillas
y las bellas palabras
¡las del perfume de la pala y el lápiz!
¡las del perfume de Latinoamérica!
con la birome en la boca.
El bicho bolita
cruzaba rápidamente por el piso de mosaicos claros de la cocina...
¡era el reverso de una estrella fugaz solitaria
por un cielo de tinta china Pelikan!
Con la hoja de cuaderno recién escrita
asió quirúrgicamente al crustáceo enovillado,
lo envolvió entre las palabras frescas, azules
y -treinta pasos- lo desasió al pie del jazmín amarillo
con nueve flores
de dos días.
-con su grave tamborileo
y sus fuegos de artificio-
el arribo de la calurosa noche.
En un redoble de palillos
devoró a la Luna cruzando la Bella Plaza,
en otro,
a mi cuerpo asustado por los años.
rebalsa en las paredes y baldosas de la casa,
obligándome a hincar los ojos
para ver.
Una pluma de un centímetro
aletea en la sombra del aljibe
al son de un pequeño parloteo de loros o cotorras
por la cima del Aromo.
Naranjo, en ello,
juega con la cáscara desteñida y sonora de un caracol.
. . .
En ello, escribo este texto en el aire.
En ello, respiro primavera y esperanza francas.
estaba fácil por la lluvia.
En el fresco pozo,
una cajita de té metálica con tres penas
coloreaba chico
la sobriedad parda del terreno.
Las penas de la peste, de los atropellos y -en un papel más pequeño- de su soledad
estaban ahí.
. . .
Sobre el cúmulo,
Manuela dispuso una lavanda corta y florecida,
yéndose -por la cena y paulatina-
con perfume en los osteofitos de sus viejos dedos.
en cualquier recodo del hipocampo
(tal vez
adrede)
y encontrarlos -allende toda fotografía- al...
tocar la baranda acerada de un balcón,
oler la emanación de un Mc Taylor destapado en un estante,
¡ah!, ¡sentir el claro cambio de estaciones!,
escuchar una melodía quedada en una sábana,
ver tu rostro o una calle o una costanera lloviznados...
El encuentro me involucra
todas las vísceras
y cierta borrachera de pinot noir
perversamente aguado.
de octubre y jazmines.
Al escarbarlos,
surge en la espesura el escondido muro que nos ordena.
En breve salto,
necedad, duda y dolor contemplo.
bufando roja e hipnótica en las aulas hibernales de «la Uno»...
¡ardió hoy,
abestiado el sol!
Lo sentimos:
Naranjo bajo mi sombra,
yo,
¡ectópico sin la Gran Plaza!
. . .
Como aquella Volcán que hacía de nuestros pequeños rostros,
papeles satinados redondos y escarlatas,...
¡ardió hoy el sol,
pareciéndole verano!
Lo sentimos:
yo, sin la Gran Plaza,
Naranjo,
¡bajo otra sombra!
que es un ángulo desarmado,
desde esta peste,
¡tan igual!,
tras dictaduras y desgobiernos
que me han ido desardiendo...,
sigo escribiendo pequeños textos
-ardidos, desardidos-
donde vadeo
jubilación, peste, dictaduras y desgobiernos.
. . .
Pequeños textos
¡mirando jazmines!
Gioconda,
mi corazón que ama tu gravedad y silencio
es una mera bomba de la mecánica clásica.
Mi mano,
palancas que van por tus comisuras
regresando por iguales senderos
a la velocidad que tus comisuras prescriben.
Que a una fuerza tuya se le opone otra mía de igual intensidad
y los labios se abren.
en un entrevero de aromas
a leche de campo, café recién hecho,
infancia, magia verdadera y asombro.
Se les veía cilíndricos, regordetes,
pequeños pero resueltamente pomposos,
fracturados en sus cinturas,
apretujados como canicas en la mano,
blandiendo el humo al morderlos
de áureos volcanes liliputienses.
. . .
Salían dorados los escones del horno
entre un repasador y mil manos maternas,
mas,
¡cuán efímeras eran sus «vidas»
en aquella enorme fuente enlozada,
amarilla y de bordes verdes!
...mentirosamente infinita,
¡como esa mágica y bella infancia!
¡soy mi nombre y el de los Demás!
En este Carhué, de esta Argentina Latinoamericana, de esta Tierra, de este Universo
¡soy mi nombre y el de los Demás!
En esta misma perversa peste, en esta reclusión que enajena hasta los barbijos...
¡soy mi nombre y el de los Demás!, ¡mi lugar y mi tiempo!
. . .
¿Es que es acaso posible mi identidad
sin mis palabras?,
¿sin mi lugar?,
¿sin esta maldita peste?
¿sin este acá sin su Ayer
y este ahora sin su Mañana?
. . .
¿Es que es acaso posible
mi buena identidad sin la Tuya Buena?
bajo una temprana garúa,
asgo la palabra
-y no es para decir: ¡va con be larga!-
En la esquivez de un plato de sopa
enfriándose un mediodía de octubre,
asgo la palabra
-y no es para indicar, en esta desgarrante hora, fútil belleza-
En la tarde,
con el silencio de mil caracoles desplegados a sus pequeñeces,
asgo la palabra
-y no es tras dominios e hipérboles-
En la Luna ascendiendo del aljibe,
cual blanco y épico globo de helio,
asgo la palabra
-y no es para seducirte-
En la ventana cerrada
que da hacia la Yrigoyen de las tres dadas y serenas,
asgo la palabra
-y no es para reducir silencios-
En el monitor blanco y brillante
sobre el hule de la callada mesa a la nueva mañana,
asgo la palabra
-y no es académica ni terminada-
. . .
¡Asgo
la palabra!...
...la palabra
para ir a vos,
y
volveme,
de alguna forma nueva,
de alguna forma buena.
Borges,
la bocina del pescador,
por estas calles de las vías hacia el lago,
¡por estas calles
de aquellos simples viernes!
. . .
Se me hacía eterna y al escucharla
en mi vida.
La del final del secundario
es clara.
En la vereda
-entre la Casa paterna y mi Camino-
tras el acto escolar
humildísimo.
Me vestían -como «indejables»- el traje gris
y la textura del asta de la bandera en las manos.
Coordenadas
que llevo.
Jérawr Asáwer,
habría partido mañana
sin otro
digno,
humano,
verdadero
dolor.
y era,
en el pequeño patio de aljibe,
perito mercantil,
a tres exactas cuadras -tardes más o menos-
Ana María era maestra.
. . .
Ana María amaba Carhué,
lo hacía desde sus días, sus aulas, sus sonrisas,
desde su buena familia,
desde Ximena y Graciano.
Lo hacía desde quien le nombrara
por las calles que amaba,
desde quien hoy
condolido escribe.
. . .
Era un afecto sencillo, cordial, franco,
¡cómo aquellas rosas blancas de aquel cubano!
. . .
Ana María amaba Carhué
con ese afecto de rosas blancas.
en una noche de Carhué y Luna.
Salí de mí y saliendo
extraviando fui fajaduras:
¡sentimientos y pensares,
entresijos y corduras!
Lo fue hasta la hora clara,
¡ay! y el puñal del alba dura,
¡y el puñal
del alba dura!
. . .
Volvime.
Detrás, mi sombra oscura,
¡y el limonero a su espera
y a su madriguera la Luna!
Volvime,
fajadura tras fajadura.
Fue en la hora clara,
¡ay! y el puñal del alba dura,
¡y el puñal
del alba dura!
Éranse dos lugares
donde pervivían otrora mis albores,
sus "billikenes"
y el silencio bajo las tres higueras:
la memoria de mi madre
y las paredes celestes de esta casa,
¡de las que el cielo de Carhué, inimitable,
baldíamente emulaba!
mudar del yo al Nosotros
Menos fácil,
mudar del nosotros al Nosotras y Nosotros
. . .
Y si me regalas las tuyas
-como esa paloma muerta que en la boca me trajiste-
¡serán ellas, Naranjo!
siguiendo al peludo masallense,
ante las tempestades inhumanas,
ante mis necedades.
Encarapacho al unísono mi víscera de las emociones
sin dejar nada sobre tierra.
Duermo, con la armadura en la silla,
en sus profundas madrigueras.
¡cómo un péndulo oscilando en una tienda de cucúes y clepsidras!
Como él,
soy más los intermedios que los extremos.
Soy "yo" -el del estentóreo individualista-,
sólo un instante en el espejo.
Soy "los Demás" -el del arrojado héroe-,
sólo un instante en la épica Plaza.
Soy -como el péndulo-
más los intermedios,
humanos,
vacilantes.
. . .
Vaci-
lantes.
. ..
(Quizás
como los Demás)
con enaguas de pétalos, sedas y rojas son
- en el patio de gastadas baldosas-
mi troupe de amanecidas e insolentes rosas, más...
caballeros de esmoquin verde en la platea,
sus lustrosas y facundas hojas.
. . .
Con el viento, sobre un escenario de viejo hierro,
bailan cancán las «tan fermosas mozas».
Con el viento, bajo el farol de sol y oro,
«exaltados» aplauden las verdes lustrosas hojas.
. . .
Morosamente, por la calle 82 de una rugosa pared,
se acerca sudando una inquisidora babosa.
La giro con las manos noventa grados
¡y empequeñecida se aleja buscando otras rosas!
. . .
Restan -dicen mis ojos- la llegada al Rojo Molino
de colibríes aplaudidores y encajes de mariposas...
Restan ellos -en el rosal de Justa Ormaechea-
para completar esta gala de noviembre y rosas,
¡de París, Toulouse-Lautrec,
pétalos sin pestes y enaguas fragantes y rojas!
así las mariquitas,
no son elefantes o bolsas de aire
un instante previo a la pisada?
la marejaba
y ella danzaba
en mil formas
escribo del pueblo que ama a Maradona.
Posiblemente,
me lo sugieran hechos afines...
posiblemente,
idénticos.
construyo mi último e irreductible Dios en el Pueblo.
En Él,
Hombres y Mujeres de voluntad buena,
brotamos, jugamos, aprendemos a sumar, a borrar;
somos eternos;
mezclamos cal arena y agua, escribimos en pizarras;
somos enfermeras del Hospital San Martín de Carhué;
nos equivocamos, perdonamos, expiamos;
amamos y brotamos;
empequeñecemos;
volvemos tierra y brotamos.
. . .
En Él hay fechas,
como 25 de noviembre,
en Él hay lugares,
como Fiorito.
Aquella juventud, ¡única eternidad de este Universo!,
ha raudamente pasado.
el aire...
al exhalar el aliento de Gualicho cuando bostezaban sus pesadas puertas de chapa;
o henchidas de cereales tras una venturosa cosecha;
en los árboles de pletóricas y purpúreas cimas,
¡tan fáciles a las manos maternas y versadas!
compitiendo, sin vergüenza alguna, con el mismo Wenumapu...
siguen perpetuos detrás mio...
o de arroparme!
. . .
Amo,
entre recuerdos de calles oscuras con reposeras, lunas y esquinas enfaroladas,
entre barbijos lavados y sábanas que se van gastando,
entre albores incontaminados que por la ventana llegarán como necesario llegará tu rostro descubierto y amado.
. . .
Amo
porque aprendo a desamar, penar, desmemoriar, ¡y amar!,
porque juego a amar,
porque me pongo pequeño e incompleto y amo.
. . .
Amo porque me impeles,
me lanzas, me instigas.
Amo porque me amas -entre calles, sábanas, albores, juegos, niñerías-
y me completo.
Soy del Universo
y a Él,
-en su impávido naos-
desde mi vida hablo.
No de igual a igual,
pues en mí,
está el dolor,
la vacilación y la risa.
mientras se es,
eterno,
¡efímeramente eterno!
Y morir
-que es lo otro-
es partir
a ningún lado.
recuerde esta Peste,
salvo una antigua
memoria de ceros y unos,
habrá alcohol
en los huesos yacientes,
habrá salitre
en el polvo de las Ruinas,
¡habrá rosados nuevos
en los flamencos vivos del Lago!
llegó la "peste" asiática
(le veo,
hermana tarda, lejana de la "Dama Blanca").
Quedé un mes bajo ella,
Quedé, pobre.
Los ojos ahuecados mirando por la ventana la rueda del aljibe aún inoxidada,
¡el rostro "enalmohado" construyendo febrilmente la Luna de los llenos pechos!
Más...
¡no recuerdo dolores de aquella flacura!
¡De mi camino entero,
ninguno recuerdo!
. . .
Sí,
Dolor
y esta palabra ahuecada
que me convexan.
hay algo ahí, más que una caricia,
Están mis renacimientos,
mis enfrentamientos en el Campo de Criptana con la Partida.
Mis estantes de ropa casi vacíos,
mis días lustrosos y eficientes.
La cebada, el tamarisco, el jacarandá y el aromo,
las leyes de Kirchhoff y los principios freudianos.
Mis 300 días en carhuentena,
mi gusto obligado por la polenta ligera.
Más las cosas por las que me dejarías,
más las cosas por las que tras irte, con tu barbijo floreado, volverías.
. . .
Nadie las ve,
pero están ahí.
Tal vez Tú...
¡si estuvieras!
entre dos milenios
(hacia uno por sus recuerdos,
hacia este con la levedad de la audacia nueva)
soy
sabio. . .
porque el Sur,
los Demás
y la sabiduría de los Demás
se reflejan en mis ojos presbíopes
(abiertos, entornados,
cerrados).